99 días en Coyhaique, 99 días en la Región de Aysén. Casi 100 jornadas de laburo en la radio, casi 100 amaneceres lejos de mi lugar.
Ha sido un tiempo de paso presuroso, tengo la fuerte sensación de que los días en este lugar del mundo transcurren con mayor celeridad que en el Puerto. Debe ser que el frío nos hace querer estar temprano bajo abrigo, que las horas de trabajo son intensas, que las noches el cuerpo pide descanso y que la mente aun está algo dispersa.
Tambien tengo la fuerte intuición de que los meses pasarán sin que me detenga en ellos, y así, no sé cuanto tiempo permaneceré en la Patagonia y hasta ahora no me preocupa saberlo, todavía no necesito esa certeza que solo vendrá de mi finalmente, eso pienso ahora al menos.
Y es que esas mañanas, donde la vista se torna de un blanco nieve, donde uno puede caminar tranquilamente a cualquier lugar, donde el tráfico casi no existe y donde las micros por fin me abandonaron, tienen un valor que quizás en parte ya había calculado ante la ausencia de ellos mismos y la existencia de sus opuestos.
Pero hoy hice una pausa, no la primera pero la verdad es que han sido muy pocas, y sentí que no debía estar acá, que en ese otro lugar, que es “mi” otro lugar, alguien me necesitaba…
Sé que está bien que me haya venido, que haya hecho maletas, que me haya despedido. Siento que me ha hecho bien, que retomo las riendas de mi vida, de mi quehacer, esas que había dejado descansar por tanto tiempo.
Además, en este lugar de la Patagonia Chilena, las cosas que uno puede hacer son tan bien recibidas que uno hasta puede cometer ese pequeño acto de soberbia de sentirse útil…
Ha sido un tiempo de paso presuroso, tengo la fuerte sensación de que los días en este lugar del mundo transcurren con mayor celeridad que en el Puerto. Debe ser que el frío nos hace querer estar temprano bajo abrigo, que las horas de trabajo son intensas, que las noches el cuerpo pide descanso y que la mente aun está algo dispersa.
Tambien tengo la fuerte intuición de que los meses pasarán sin que me detenga en ellos, y así, no sé cuanto tiempo permaneceré en la Patagonia y hasta ahora no me preocupa saberlo, todavía no necesito esa certeza que solo vendrá de mi finalmente, eso pienso ahora al menos.
Y es que esas mañanas, donde la vista se torna de un blanco nieve, donde uno puede caminar tranquilamente a cualquier lugar, donde el tráfico casi no existe y donde las micros por fin me abandonaron, tienen un valor que quizás en parte ya había calculado ante la ausencia de ellos mismos y la existencia de sus opuestos.
Pero hoy hice una pausa, no la primera pero la verdad es que han sido muy pocas, y sentí que no debía estar acá, que en ese otro lugar, que es “mi” otro lugar, alguien me necesitaba…
Sé que está bien que me haya venido, que haya hecho maletas, que me haya despedido. Siento que me ha hecho bien, que retomo las riendas de mi vida, de mi quehacer, esas que había dejado descansar por tanto tiempo.
Además, en este lugar de la Patagonia Chilena, las cosas que uno puede hacer son tan bien recibidas que uno hasta puede cometer ese pequeño acto de soberbia de sentirse útil…