Qué guevada esta de la soledad y esa enfermedad de fijarse en asuntos que no han sido jamás. De ahí esa rabia a veces incontenible, esas ganas de cerrar la puerta bajo llave y poner la música tan fuerte como para distraerse de esas mil palabras que rondan en la cabeza, esos conceptos como “looser”, que retumban más cuando sólo un par de horas atrás una de esas pocas personas que logran tocarte te lo ha dicho fuerte y claro. Entonces, por supuesto, vienen esas lágrimas que descansan rabiosas y se aguantan la salida, pero están ahí, que finalmente es lo que importa.
Y uno comienza el paseo por todas esas ideas demoledoras sobre uno mismo, esas verdades que no nos apetecen pero que revientan en la cara. Y de nuevo las ganas de llorar, de no querer pensar. Para eso uno escribe pensando que así se exorciza la rabia, los miedos, las cobardías, toda la mierda acumulada por años y años, cuya prolongada permanencia la declara reina y señora de los malos momentos, ese invitado de piedra que se deja caer cuando uno se siente insignificante, insulso, Infeliz…esa es una buena palabra para definir esa sensación de no tener nada…nada.
Entonces también vuelve a evidenciarse violentamente esa incapacidad de conseguir una felicidad, temporal como se supone que es, por cierto. Y uno siente que no quiere más, se pregunta cuándo llegará el momento, qué es lo qué pasa, dónde está esa gran falla, en qué momento uno decidió esquivar la sensación de sentirse completamente bien sólo por un largo rato. La cosa es que uno nunca tomó esa opción y piensa que ha hecho, justamente, algunos intentos por conseguir lo contrario. Pero nada pasa.
Y a medida que uno escribe la rabia va pasando, y como que se transforma en algo peor, pena creo que le llaman, y eso es peor porque sentir pena por uno mismo debe ser por lejos el escenario menos afortunado de un hombre.
Además, después de estos momentos en lo que uno se siente terriblemente miserable, siguen ausentes las respuestas y sigue en penumbra absoluta el cómo hacer que las cosas sean distintas.
Qué rabia no…qué impotencia…habrá que tomar un poco de aire y atender el teléfono como para volver.
Pero de tanto volver es precisamente que uno se olvida de eso que nos hace sentir mal y así se acumula por años y años…